Petrushka fue iniciado en agosto de 1910 y terminado en mayo de 1911. Fue estrenado por los Ballets Rusos en el Teatro du Châtelet, en París; la dirección de la orquesta estuvo a cargo de Pierre Monteux.
Stravinsky revisó la orquestación continuamente desde 1915 hasta 1946; su versión definitiva es conocida como la “Versión revisada de 1947”.
El Moro, la Bailarina y Petrushka
La compañía de baile de Serge Diaghilev, los “Ballets Rusos”, frecuentemente actuaba en París.
Durante su segunda temporada en la capital francesa, Diaghilev introdujo un nuevo ballet con música de un compositor ruso que por entonces era desconocido: Igor Stravinsky.
El Pájaro de Fuego fue un éxito, y Diaghilev de inmediato hizo planes para tener nuevos ballets de Stravinsky.
El empresario apoyó con mucho entusiasmo las ideas del compositor con respecto a una danza que describiera los ritos en la Rusia Prehistórica.
Pero Stravinsky decidió escribir una pieza diferente. El compositor recuerda, en su Autobiografía:
“Antes de encarar La consagración de la Primavera, que sería una obra larga y difícil, quería refrescarme componiendo una pieza orquestal en la que el piano desempeñara la parte más importante: una especie de pieza de concierto. Al componer la música, tenía en mente la clara imagen de un títere, al que súbitamente se le confiere la vida, exasperando la paciencia de la orquesta con cascadas intrigantes de arpegios (…) un día salté de alegría. Había encontrado finalmente mi título: Petrushka, el héroe de todas las ferias de todos los países.”
Después de las triunfales funciones de Petrushka en París, la compañía de los Ballets Rusos hizo una gira por Europa y Estados Unidos, con su producción de Petrushka.
La compañía de ballet necesitaba doce vagones de ferrocarril para transportar la escenografía y el vestuario complicados y el extenso personal por el país.
La recepción que se dio a la obra en esta gira no siempre fue favorable.
Hoy puede parecer sorprendente que una pieza tan melodiosa como “Petrushka” alguna vez haya sido considerada terriblemente disonante y peligrosamente revolucionaria.
A pesar de esta disonancia, y a pesar de los ritmos cerrados y tiempos irregulares, Petrushka sigue siendo una de las composiciones más populares que fueron escritas en el siglo XX.
Parte del atractivo de la obra brota de sus melodías fáciles de cantar. Muchas de estas tonadas no se originan en Stravinsky. Se trata de valses austríacos, una canción francesa, y por lo menos cinco melodías folclóricas rusas.
Hay un significado universal en el personaje de la marioneta, hecha de paja y aserrín y sin embargo con la capacidad para amar.
Petrushka es para los rusos lo que es Pierrot para los franceses, Punch para los ingleses y Pinocho para los italianos: un ser no del todo real cuya tragedia son sus pasiones muy reales, que lo hacen anhelar una vida humana inalcanzable.
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