Motetes para un tiempo de penitencia
Poco tiempo antes de su muerte, Poulanc declaró que el había puesto lo mejor y los más auténtico de sí mismo en su música coral, en las obras en las que emplea textos litúrgicos para su música.
La religión no había tenido importancia para él, tal vez ninguna, durante los años 20 y el estreno en los años 30, período durante el cual fue miembro activo del grupo de los Seis y compuso algunas de sus obras mas graciosas, juguetonas e irreverentes, como Les Biches y el Concierto para dos pianos.
Pero el 22 de agosto de 1936, una serie de acontecimientos le levaron al reencuentro con la religión católica que él había abandonado a la muerte de su padre en 1917.
Con su amigo y colaborador artístico, el barítono Pierre Bernac, visitó un lugar santo consagrado a la Virgen María, ubicado en
Rocamadour, en el sud oeste de Francia, lugar sobre el cual había oído hablar con frecuencia a su padre.
Allí, profundamente marcado por la muerte reciente de un colega, comenzó a reflexionar sobre la fragilidad de la existencia humana y su fe renació.
Su estadía en Rocamadur, declaro más tarde, le marcó para el resto de su vida y fue fuente de inspiración para sus obras religiosas. De hecho, compuso la primera de ellas, las Letanías a la Virgen Negra.
Los Cuatro Motetes para un tiempo de penitencia fueron compuestos por Francis Poulenc entre julio de 19
38 y enero de 1939 para los Pequeños Cantores de la Cruz de Boix.
Contrastante fuertemente con el humor amable y, en una gran medida, ligero de sus textos sobre Navidad, Poulenc dio a sus textos cuaresmales acompañamientos ricos y coloreados con fuerza.
Esto se puede apreciar inmediatamente, desde la overtura fortísimo de Timor et.
Tremor (Temor y Temblor) mientras que en el Vinea mea eleccta, amplifica la textura del acompañamiento con acordes mas suntuosos de seis y a veces siente notas.
Poulenc ha dado a Tenebrae facta sunt un color sombrío, que le conviene perfectamente, con sus partes para alto y bajo separados: el motete final, Tristis est anima mea, es la más, dramática de todas, por el modo por el cual hace el contraste entre la tristeza cantada por la soprano y un episodio central muy vehemente.
Cristo en el Monte de los Olivos
“Cristo en el Monte de los Olivos”, op 85, es el único oratorio que compuso Beethoven y comenzó a escribirlo en un momento en el que este género de composiciones estaba en desuso. De hecho, el punto de referencia habían sido los grandes oratorios compuestos por Joseph Haydn.
Conforme a las propias indicaciones de Beethoven, después de un largo período de meditación, el trabajo se compuso rápidamente y se interpretó por primera vez el 5 de abril de 1803 en la propia academia de Beethoven- la cual había sido creada en su honor por el Príncipe Lichnowsky- junto con el tercer concierto para piano en C menor y la segunda sinfonía en D mayor. Al año siguiente, Beethoven tomó el oratorio para volver a modelarlo y no se publicaría una segunda versión del mismo hasta 1811.
En este oratorio, la aceptación, por parte de Jesús, de su destino de sufrimiento para la salvación de la humanidad está recogida en la primera parte.
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