En la música todos los sentimientos vuelven a su estado puro y el mundo no es sino música hecha realidad.
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Arthur Schopenhauer (1788-1860)

jueves, 18 de junio de 2009

Nikolay Rimsky-Korsakov, la historia de un marino que se transformó en compositor

En el prefacio de la partitura original de la Suite Sheherazade (1888), Nikolay Rimsky-Korsakov (1844-1908) sintetizaba la historia que le sirvió de inspiración del modo siguiente:

El Sultán Shahriar de Samarkanda, convencido de la infidelidad de las mujeres, promete asesinar a cada una de sus esposas. La Sultana Sheherezada, sin embargo, salva su vida con una estrategia original: para distraerlo, le contaría al sultán una serie de historias diferentes durante mil y una noches. Preso de la curiosidad por el relato que escucharía cada vez, el monarca pospone día con día la ejecución de la esposa y termina por renunciar a su promesa sangrienta.

En efecto, le tomó a Sheherazada dos años, nueve meses y un hijo del propio sultán agotar todos los recovecos de su relato y producir así para el mundo, un compendio único de las historias mas fabulosas jamás contadas: Las mil y una noches.

Al escritor argentino Jorge Luis Borges le fascinaba de manera especial el modo en que cohabitaban en Las mil y una noches cientos de relatos de ficción dentro de una misma historia: “duplica y reduplica hasta el vértigo la ramificación de un cuento central en cuentos inesperados”. En especial le cautivaba la noche 602 (DCII), “mágica entre las noches” pues en “esa noche extraña, el sultán oye de boca de la reina su propia historia. Oye el principio de la historia que abarca a todas las demás, y también -de monstruoso modo- a sí misma”. Pues no sería extraño tropezar dentro de esta historia de historias, con el relato de un marino que se transformó en compositor.

La historia del marino que se transformó en compositor comenzaría en el pequeño poblado de Tikhvin, en el mítico puerto de Novgrod, que ochocientos años antes había sido conquistado por Barba Larga, hijo de Olaf, Rey de Suecia.

Allí nacía el 18 de marzo de 1844 Nikolay Andreyevich Rimsky-Korsakov en el seno de una familia de tradición de marinos militares.

Comenzó a estudiar piano a los seis años y seis años después, hacia 1856 ingresa a la Escuela Naval de Cadetes, marcando la dualidad de su destino: el mar y la música.

Se supone que el futuro de Nikolay estaba dictado de antemano y que debía continuar la saga familiar.

Sin embargo, él seguía estudiando piano y hasta produjo un par de composiciones sin muchos conocimientos de armonía ni de teoría musical.

Por fin, en 1861 conoce al compositor Mili Alekseyevich Balakirev (1837-1910) quien lo inicia en su oficio.

Mucho tiempo después, ambos, en compañía de otros tres colosos de la música rusa como Cesar Cui (1835-1918), Modest Moussorgsky (1839 -1881) y Aleksander Borodin (1833-1887), formarán el vigoroso grupo de los cinco con el que el nacionalismo musical ruso se proyectó con una fuerza sobrecogedora sobre el mundo musical de su tiempo.

Pero no me adelanto en el relato, pues antes, este marino nato no se resistirá al llamado de una de sus vocaciones.
Hacia 1862 se lanzó a cruzar los mares por más de dos años consecutivos.

En su periplo a bordo del Almaz, pisó puertos de Nueva York, Baltimore y Washington en la América del Norte, del lejano y verde Brasil, y ya de regreso a Europa, de España, Italia, Francia, Inglaterra y de la fría y vecina Noruega.

Pese a llevar en la memoria y en la cartera los esbozos de una incipiente sinfonía, sus aventuras no le dejan tiempo para trabajar en ella.

El marino errante se olvida del meticuloso compositor.

Sin embargo, las imágenes sonoras del mar permanecerán grabadas en su memoria y reaparecerán una y otra vez durante toda su obra, sobre todo en su Suite sinfónica Sheherazade de 1888.

Pero antes de eso, el marino hubo de regresar a casa. Con los pies en tierra firme continua los estudios musicales con Balakirev, desposa a Nadezhda Purgold, una hermosa pianista y excelente músico y por fin, en 1871 y pese a la irregularidad de su formación musical, comienza a dar clases en el Conservatorio de San Petersburgo.

Para entonces, su instinto de músico se revelaba más agudo que el de marino.

Se ha discutido bastante sobre la “profesionalidad” de algunos de los miembros del grupo de los cinco: Rimsky-Korsakov había tomado la carrera de las armas antes de nacer, Borodin dedicó más tiempo a la química que a la música y las crisis de Moussorgsky le impidieron tener una formación musical y humana un poco más sólida.

Algunos críticos señalan que el “amateurismo” de esta generación los condujo a superar el sinfonismo romántico de manera espontánea y un tanto ingenua.

Pero la verdad es que el propio autor de Sheherazade no detuvo nunca su proceso formativo y llegó a especializarse en materias a las que llegó demasiado tarde.

En efecto, Nikolay escribió un tratado de armonía y otro de orquestación.

De hecho, Rimsky-Korsakov es considerado junto a Maurice Ravel uno de los padres del arte de la orquestación del siglo veinte.

Uno de sus herederos que comprendieron mejor que nadie este especial modo de concebir el color orquestal fue ni nada más ni nada menos que el primer Igor Stravinsky.

La exploración de las posibilidades cromáticas de la orquesta está presente en Sheherazade (1888) Op. 35.

El amplio espectro orquestal convive en esta obra con los ecos del sinfonismo romántico de Tchaikoksky, algunos gestos de la composición operística de Wagner y una característica fundamental de la música rusa de esta época: el no desarrollo temático, sino la repetición continua de frases enteras, a veces expandiendo o contrayendo su duración, pero siempre descargando la fuerza motriz de la música en la transformación del color orquestal.

Las sonoridades características del violín solista que en algunos pasajes encarnan el despliegue retórico con que Sheherazada atrapa la atención de su marido, en otras es el agente que imprime cierto orientalismo a la obra y otras más es el identificador tímbrico-melódico entorno a la cual se articulan coherentemente los diversos movimientos.

Pese a la fuerte inspiración que recibió del libro, Rimsky, como Hector Berlioz o Richard Strauss, siempre fue muy celoso de revelar las bases programáticas de su música.

De hecho, cuando la partitura fue publicada en 1889, el autor borró los títulos originales de cada movimiento y los sustituyó por otros más abstractos: 1. Largo maestoso, 2. Lento, 3. Andantino quasi allegreto y 4: Allegro molto.

Sheherazade constituye la obra culminante de un período del proceso creativo de su autor.

Rubén López Cano

lopezcano@yahoo.com,
http://www.geocities.com/lopezcano

SITEM (Universidad de Valladolid)
Seminario de Semiología Musical (UNAM)
Universidad de Helsinki

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