En la música todos los sentimientos vuelven a su estado puro y el mundo no es sino música hecha realidad.
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Arthur Schopenhauer (1788-1860)

martes, 2 de junio de 2009

Beethoven, Concierto para violín y orquesta

Itzhak Perlman
Esta tarde escuchamos su interpretación como solista

En la época en que Beethoven vivió en Vienna, apareció un joven talento de catorce años, un violinista que realmente provocó admiración en el compositor.

Así, le escribió al joven Franz Clement palabras de un músico a otro:

“Continúe por el camino en el que ya ha hecho un recorrido tan admirable y magnífico. La naturaleza y el arte se han combinado para hacer de usted un gran artista. Sígalos a ambos y, sin ninguna duda, usted llegará a la grandeza, la más alta meta que pueda desear en este mundo un artista. Mis mejores deseos para su felicidad, estimado muchacho, y regrese pronto para que pueda oír nuevamente su límpida y magnífica ejecución”.

Con el pasar del tiempo Franz Clement, cubrió las expectativas de Beethoven, al crecer, se convirtió en primer violín y director de la Ópera de Viena.

En diciembre del año 1806 Clement decidió ofrecer un concierto de beneficencia. Para ello le pidió a Beethoven que aportara un concierto para violín y el compositor se mostró de acuerdo, porque Clement era uno de los pocos músicos en Viena que él respetaba, y de quien estaba dispuesto a aceptar críticas.

En el manuscrito de la obra se pueden encontrar numerosos cambios que atestiguan las frecuentes reuniones entre el violinista y el compositor, para realizar correcciones.

Como solía sucederle a Beethoven, la obra encargada por el violinista Clement estuvo terminada en el último minuto.

Clement había repasado la parte de solo con el compositor con cierta frecuencia, pero no hubo tiempo siquiera para un solo ensayo completo con la orquesta.

Afortunadamente, la interpretación no resultó un fracaso, ya que la aguda memoria de Clemennt de los bosquejos que había visto compensaba la falta de tiempo para practicar.

El final de este concierto abre como una tonada de rondó directa para el violín.

Beethoven indica al solista que toque esta melodía unicamente en la cuerda de Sol, la más baja del violín, a pesar de que la tonada frecuentemente se eleva a otros registros.

El resultado además de ser difícil de ser bien tocado, es un timbre nasal especial que le da a esta tonada casi folclórica, su carácter distintivo.

El movimiento presenta ideas contrastantes, pero inevitablemente vuelve a su tema central.

El final es realmente ingenioso, la música parece no tener ya más nada que decir. Se simplifica y da la impresión de desvanecerse lentamente, pero de pronto reaparece el violín para darnos una última sugerencia suave de la melodía principal.

Solo así, en el último momento posible, la orquesta completa toca dos acordes fuertes y cortos que marcan la conclusión.

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